El Partido Revolucionario Moderno (PRM), esa estructura joven que derrocó al danilismo con la fuerza de una ola ciudadana hastiada, se encuentra hoy ante una prueba mayor que la conquista del poder: su permanencia en él.
Luis Abinader, el hombre que encarnó la esperanza de cambio, que reconstruyó un partido desde la nada, junto a otros dirigentes que abandonaron las filas del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y lo llevaron, a paso firme, hasta el Palacio Nacional, ha decidido no tentar la historia con un tercer mandato, decisión que honra tanto a su palabra como a la Constitución.
Hoy, en el ruedo del PRM se agitan varios nombres, todos con ambición legítima, pero con muy distintas capacidades de liderazgo, entre ellos David Collado, hábil comunicador y ministro estrella; Carolina Mejía, de temple sereno y apellido de peso; Eduardo Sanz Lovatón, técnico eficiente y disciplinado; Raquel Peña, figura de confianza presidencial; Wellington Arnaud, con una gran fuerza en la base, y Guido Gómez Mazara, el eterno disidente, polémico pero indispensable para recordar que la política también es confrontación de ideas.
Estas son las caras más conocidas, aunque, como bien reconocen muchos dirigentes, como el exdiputado Orlando Jorge Villegas, en nuestra historia política abundan figuras que “no parecían predestinadas a ostentar el poder”, porque “el poder no siempre recompensa a los más preparados o visibles, sino a quienes logran conectar con las circunstancias de manera inesperada”.
Ahora, el PRM debe hacer lo más difícil, reinventarse sin romperse. La ciudadanía, especialmente los perremeistas, esperan que estos actores “visibles” piensen más en el partido que en sus propias ambiciones.
No es necesario mirar hacia otros países para comprender que los relevos dentro de los partidos gobernantes suelen ser campos minados. Nuestra propia historia, esa que muchos políticos fingen olvidar, está poblada de transiciones mal manejadas que terminaron en fracturas, fugas y, al final, derrotas. El PLD, que se creyó invencible, es el ejemplo más reciente y el más aleccionador.
En otro contexto, alguno de los “presidenciables” del PRM sería señalado a dedo y ungido sin más. Pero no estamos en tiempos de caudillos, al menos eso se piensa en el PRM, que se precia de democrático. Y lo peor que podría hacer la dirigencia es forzar un relevo sin consenso, repetir el error del PLD cuando el danilismo hizo hasta lo imposible para sepultar a Leonel Fernández y así imponer al delfín de Danilo. El resto es historia conocida.
La misma historia castigó aquel desatino con la humillación en las urnas en 2020, y en el 2024 siguió ese calvario. Entonces, ¿quién será el heredero de Abinader? ¿Y qué condiciones debería cumplir para evitar que el poder se le escape al PRM como agua entre los dedos?
En su libro “La política de sucesión en los movimientos carismáticos”, publicado en línea por la Universidad de Cambridge, Caitlin Andrews-Lee advierte que los líderes que sobreviven a sus fundadores no son necesariamente los más leales, sino los más astutos.
La autora plantea tres condiciones para el éxito: que el nuevo líder emerja como un emprendedor político, no como un heredero designado; que aproveche las crisis para legitimarse como figura de salvación; y que sepa apropiarse del estilo del fundador, no para copiarlo, sino para transmitir continuidad emocional.
Aunque en el PRM no se plantea a simple vista un escenario de crisis, hasta ahora, estas claves son aplicables, y más aún en una organización que busca el camino de permanencia en el poder.
Diversos autores modernos han insistido en que todo proceso de relevo debe percibirse como justo, abierto y competitivo.
Pero más que todo, la sucesión de liderazgo y quien la ostente, debe tener una fuerte base moral y ética.
Si el PRM aspira a mantenerse en el poder más allá del 2028, deberá elegir no solo un candidato viable, sino uno legítimo y con principios éticos y morales ante los ojos de su militancia y del país.
El mayor desafío sería: elegir entre el riesgo de imponer, el peligro de dividir, y la necesidad de inspirar.
En esa tensión se jugará el destino político del partido gobernante. Porque no hay nada más frágil que un partido en el poder sin liderazgo claro, y todos creyéndose los ungidos… o el Príncipe (de Maquiavelo). Y no hay nada más peligroso que subestimar a los otros. Que lo digan los que alguna vez creyeron que Abinader no llegaría o que era una “tayota”, incluso, dentro del mismo partido.