La reciente tragedia vinculada al caso Jet Set ha generado múltiples reacciones públicas: debates, juicios sociales, titulares impactantes. Sin embargo, entre todo ese ruido, ha quedado en silencio una de las consecuencias más delicadas y dolorosas: la perdida parental repentina de varios niños, niñas y adolescentes.
Ellos y ellas cargan con el peso del dolor. Un dolor profundo, que no se ve a simple vista, pero que marcará sus vidas para siempre. No se trata solo de la pérdida física de sus padres. Han perdido también el amor que los arropaba, la protección que los hacía sentir seguros, la rutina familiar que les daba estabilidad.
A esa ausencia se suman emociones complejas: angustia, nostalgia, confusión. Surgen preguntas difíciles de responder a tan corta edad. ¿Dónde está mi mamá? ¿Por qué no vuelve papá? ¿Quién me cuidará ahora? ¿Qué será de mi vida?
Este no es un juicio. Es un llamado a mirar de frente una realidad que suele pasar desapercibida: la niñez también sufre los efectos colaterales de las crisis sociales, y muchas veces lo hace en silencio, sin el acompañamiento necesario.
Por eso, estos niños, niñas y adolescentes deben ser prioridad. Necesitan apoyo psicológico, contención emocional, redes de afecto y la garantía de todos sus derechos fundamentales. Requieren del respaldo del Estado, de sus comunidades, y de una sociedad capaz de sostenerlos con empatía y responsabilidad.Hablar de ellos no es revictimizar. Es visibilizar. Es reconocer que detrás de cada noticia impactante hay vidas que continúan, que necesitan reconstruirse y que merecen todas las oportunidades para hacerlo de forma digna y amorosa.
Este es un análisis desde la sensibilidad, desde la conciencia social. Porque cuando una tragedia toca a un niño o niña, nos toca a todos como país. Y el futuro que construyamos dependerá, en gran parte, de cómo acompañemos estos procesos desde el amor, el cuidado y la justicia social.
Por Rosa Escoto @rosa_escoto_