Port Moresby.- Francisco llegó este viernes a Papúa Nueva Guinea, donde el 25 % de sus habitantes son católicos, desperdigados en las centenares de islas de este enorme archipiélago, lo que complica mucho la labor de los misioneros, que agradecen que, con esta visita, el papa saque a estos fieles del «anonimato».
El pontífice argentino viaja adonde ningún país del mundo recomienda llegar por su alto índice de violencia y posibilidades de desastres naturales y uno de los más pobres del mundo, con tres millones de personas bajo el umbral de la pobreza.
En su gira por Asia y Oceanía, que comenzó el pasado lunes, será el único lugar donde haga una parada que no sea la capital, ya que viajará a la remota Vánimo, para mostrar los frutos del trabajo de los misioneros.
En Vánimo existe una importante colonia de jóvenes misioneros argentinos, entre ellos el padre Martín Prado, quien invitó al papa a conocer su misión, y Tomás Ravaioli, quien explica a EFE su felicidad porque Francisco les va a visitar.
«La gente está feliz, porque imagínense que el último papa que los visitó fue hace 30 años, pero además esta vez viene a Vánimo, que si lo ve en el mapa es un pueblo, tal vez, de los más aislados de Papúa Nueva Guinea y no hay rutas, se llega en lancha o en avión, así que la gente nunca puede ir a ningún lado, entonces que el papa haya querido ir a visitarlos a ellos, es algo que va a pasar a la historia», explica Ravaioli.
Este sacerdote argentino explica que vivir en este «hermoso paraíso» para ellos es todo un desafío.
«Es un lugar de primera evangelización. Entonces está todo por hacer, es todo nuevo», aunque «eso sí, desde el punto de vista material es duro, porque se vive con mil privaciones: no hay agua corriente, no hay gas natural y no hay electricidad…»
Además, relata, «la gente por un lado se considera cristiana, pero al mismo tiempo le cuesta muchísimo desarraigar esas tradiciones que que arrastran desde hace tantos cientos de años».
«Las iglesias están siempre llenas y los sacerdotes, en el buen sentido, nos cansamos de confesar, pero después llegan a casa y siguen realizando prácticas paganas. Por ejemplo, hay mucha brujería».
«Ellos esperan que les dé alguna palabra de aliento, son los olvidados, y para nosotros va a significar un gran alivio, porque va a ser un gran impulso que se nos va a dar a los misioneros y a nuestro trabajo también», añade.
La monja española Fátima Benito, de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, se encuentra en Alotau, en la otra punta de la isla, donde trabaja en una de las casas que han abierto para enfermos ancianos, de los que nadie se quiere ocupar.
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Explica que estas poblaciones – el 80 por ciento vive en las zonas rurales – son muy pobres y les cuesta mucho incluso encontrar comida, por lo que casi nadie se ocupa de los ancianos y llegan a esta casa malnutridos y en muy mal estado.
Ella va a acudir a Port Moresby al encuentro con el papa y el clero del país y para ello, explica a EFE, tardará casi 2 días, porque «en este país no hay carreteras», pero se muestra emocionada porque el papa siempre «vaya a los países que ninguno recordamos», porque «para Dios no hay nadie anónimo» y el papa «los saca del anonimato».