Actualmente el mundo atraviesa varias crisis simultáneas, todas con impacto y repercusiones globales. La invasión rusa de Ucrania ha precipitado una tragedia humanitaria con consecuencias sociales y económicas de gran alcance. Además, la guerra ha conmocionado a un mundo cansado y cambiado tras la pandemia de la COVID-19.
Por si fuera poco, se asoman señales de una recesión mundial y en la región, la recuperación de la economía se ve amenazada por altos niveles de inflación y la devaluación de las monedas latinoamericanas.
En República Dominicana, la actualidad está marcada por una significativa inflación que, de acuerdo a datos proporcionados por el Banco Central del país, se coloca en un 9.64 por ciento incidiendo directamente en el sector eléctrico y transportista tanto como en el de vivienda y alimentos.
Con el objetivo de contrarrestar las presiones inflacionarias y evitar riesgos de sobrecalentamiento económico, la institución ha estado implementando sus procesos de normalización monetaria, incrementos en la tasa de política monetaria y la reducción de los excedentes de liquidez del sistema financiero.
Resulta importante destacar que similar a lo ocurrido en las demás economías mundiales, la inflación local se encuentra directamente asociada a las disrupciones en las cadenas de suministros y al incremento de los precios del petróleo y otras materias primas que representan insumos importantes para la producción local dominicana.
En efecto, la era actual se define cada vez más por la interacción de disrupciones complejas, con sus orígenes dispares y sus consecuencias a largo plazo. Las organizaciones están descubriendo que será necesario que sus prácticas actuales de gestión de riesgos evolucionen para adaptarse a este nuevo entorno. Los líderes señalan ahora a la resiliencia como la condición esencial.
¿Qué es la resiliencia?
La resiliencia se ha descrito como la capacidad de recuperarse rápidamente, pero la recuperación por sí sola no es el único objetivo.
Las organizaciones verdaderamente resilientes se recuperan, se vuelven más fuertes, e incluso prosperan.
Las disrupciones son puntos críticos que revelan la fortaleza de las capacidades y los talones de Aquiles, aquellos donde se hace necesaria una mayor inversión. La experiencia de crisis y disrupciones pasadas ofrecen lecciones esenciales sobre cómo proceder. Dos de ellas, por ejemplo, nos hablan de la importancia de desarrollar el músculo de la resiliencia:
- Mirar hacia el futuro
Tras una crisis, el proceso de reconstrucción puede crear bases más sólidas para el crecimiento futuro. La crisis financiera y la recesión de finales de la década de 2000, por ejemplo, llevaron a cambios regulatorios que fortalecieron el sistema bancario. Asimismo, los cambios introducidos durante la pandemia de la COVID-19 pueden dar un nuevo impulso para acelerar el crecimiento: el cambio hacia la digitalización, los nuevos modelos de trabajo híbridos, el replanteamiento de las cadenas de suministro y la aceleración de las inversiones públicas hacia el cambio climático. Estos son los tipos de cambios estructurales que las crisis suelen permitirle a las instituciones. La resiliencia es por tanto, más que una medida de protección, la capacidad de reinventar e innovar en respuesta a las disrupciones.
2) Preparación y respuestas
Una respuesta deficiente puede magnificar fácilmente el daño causado de forma directa por una crisis, mientras que una respuesta eficaz puede limitar significativamente el daño. Las decisiones son cruciales, y las crisis pasadas ciertamente han producido su cuota de malas decisiones.
Incluso las organizaciones más exitosas han tomado decisiones que, en retrospectiva, fueron erróneas. Bajo presión, los líderes tienden a favorecer las acciones que se pueden implementar rápidamente, evitando un curso más lento y reflexivo.
El marco de resiliencia necesariamente dará espacio a la toma de decisiones meditadas. Las organizaciones se beneficiarán de crear los mecanismos para decidir cuándo actuar con rapidez y cuándo frenar para evitar una decisión precipitada.
Hacia adelante, el desarrollo de una agenda de resiliencia ayudará a las organizaciones a crear las capacidades que necesitan para manejar disrupciones, shocks y las demandas continuas de adaptación entre una crisis y otra.
La resiliencia, entonces, se convierte en un prerrequisito para el crecimiento inclusivo y sostenible. ¿Cómo desarrollar esa resiliencia?, evitando las soluciones defensivas a partir de una única una perspectiva de riesgo.
El nuevo enfoque de la resiliencia va más allá de la postura defensiva y propone estrategias orientadas al crecimiento que se enfocan en crear un sistema flexible que oriente y se adapte rápidamente a las disrupciones y cambios del entorno.
Una estrategia activa se basa en la flexibilidad y la velocidad, lo que permite a las organizaciones asumir más riesgos en lugar de menos.
En este contexto, los amortiguadores se convierten en un poder residual para proteger contra las incertidumbres que se resisten a respuestas más inmediatas.
Para empezar a fortalecer ese músculo de la resiliencia, las empresas pueden pensar en tres P’s: Preparar, Percibir, Propulsar.
La preparación consiste en invertir antes de las grandes disrupciones para reducir la magnitud y la velocidad del impacto de las mismas. Por lo general, se pueden adoptar tres tipos de medidas: diseñar la flexibilidad de los productos y procesos (generar alternativas viables, como tener múltiples proveedores), crear amortiguadores (añadir redundancias y factores de seguridad) y fortalecer las redes de apoyo.
Percibir es la parte del músculo de la resiliencia que detecta una disrupción presente, descubre rápidamente su alcance e implicaciones, y define la respuesta adecuada. Muchas organizaciones responden muy rápidamente o se demoran demasiado: desarrollar la capacidad de organizar una respuesta apropiada en un tiempo adecuado es fundamental. Para esto, algunas organizaciones trabajan en conjunto con los equipos de gestión de riesgo y crisis, invierten en una planeación eficaz y ponen a prueba sus estrategias.
Por último, la propulsión es el llamado a la acción. Propulsar es la parte del músculo de la resiliencia que permite a las organizaciones de los sectores público y privado actuar rápidamente, garantizando una respuesta eficaz en las primeras fases de la disrupción y lograr movimientos para pivotear y superar de la disrupción más rápido que sus pares.
Las crisis y las disrupciones son parte de nuestra nueva realidad. Desarrollar este músculo será fundamental para que las organizaciones puedan sobrevivir e incluso mejor, prosperar ante la adversidad.
Por: Antonio Novas, socio y gerente de McKinsey en RD