viernes, julio 26, 2024
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El problema haitiano

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“Haití necesita desplegar una fuerza robusta a través de un despliegue multinacional, respaldado por el ejército, para restablecer el orden y desarmar las pandillas”. – Antonio Guterres (Secretario General de la ONU).

En estos momentos, la República Dominicana enfrenta, una vez más, momentos difíciles en las relaciones diplomáticas con la República de Haití. Esta vez, el detonante del conflicto es la construcción, de forma unilateral por ciudadanos haitianos, de un canal que tendría el potencial de desviar las aguas del río Dajabón (también llamado Masacre), el cual nace en territorio dominicano y, de sus 55 kilómetros de longitud, solo transita cerca de 5 kilómetros por territorio haitiano.

Este evento puntual forma parte de una situación más profunda y de carácter permanente que, aunque por momentos la opinión pública lo olvide, impacta sensiblemente la vida de ambos países: el hecho cierto de que la pobreza crónica de Haití, la violencia extrema de las pandillas, el vacío institucional, el desastre ecológico y la migración masiva representan un grave desafío para todo el continente. Y para complicar aún más las cosas, el pueblo haitiano no tiene la capacidad de resolver sus problemas por sí solo y, por tanto, necesita urgentemente del concurso de la comunidad internacional, la cual, lamentablemente, en muchas ocasiones se ha mostrado irresponsable e indolente, pretendiendo incluso que los dominicanos nos hagamos cargo de todas las calamidades que vive ese país.

En cuanto a nosotros, los dominicanos, es muy importante que entendamos que el progreso y el bienestar de nuestro pueblo están ligados a los acontecimientos que ocurren al oeste de la isla Hispaniola, por tanto, no podemos vivir de espaldas a la realidad del país vecino. Tampoco podemos seguir dándonos el lujo de mantener políticas públicas reactivas que solo se movilizan en tiempos de crisis, mientras en todo momento se mantiene la invasión pacífica de ilegales que entran a territorio nacional empujados por el hambre y el miedo, llenando así las ciudades y los campos de trabajadores indocumentados, inundando los hospitales con parturientas, las cuales representan el 36% de los nacimientos en suelo patrio, absorbiendo a la vez más del 20% del presupuesto de salud; y como si fuera poco, el cuerpo diplomático del vecino país se ha vuelto profesional en descalificarnos en foros internacionales, amparados en la estrategia del “underdog”, es decir, la estrategia de hacerse el débil abusado para apelar a la emotividad y generar compasión.

Eso debe ser contrarrestado con políticas de Estado coherentes que fortalezcan la seguridad fronteriza en el plano migratorio y que, a nivel internacional, formulen estrategias diplomáticas hacia aquellos gobiernos foráneos donde más daño nos han hecho con sus campañas de desprestigio. Es de vital importancia destacar en el extranjero toda la ayuda que, por décadas, le hemos dado al vecino pueblo haitiano y mostrar que no tenemos resentimientos ni odio hacia esa nación, por el contrario, somos quienes mayores aportes hemos hecho para amortiguar la terrible tragedia que vive ese país, el cual, sin lugar a dudas, merece mejor suerte.

Ahora bien, existen dos grandes realidades que la comunidad internacional y algunos desubicados a lo interno del país deben entender: 1) No hay solución dominicana al problema haitiano y 2) la República Dominicana es un Estado libre y soberano que tiene el derecho de tomar las decisiones que más le convengan a nuestra gente, respetando, por supuesto, la Constitución y las leyes. Y a eso no podemos renunciar si de verdad queremos construir un futuro de prosperidad y paz para nuestros hijos. Por esa razón, debemos unificar voluntades, a nivel político, empresarial y social, para defender juntos la Patria que con tanta sangre y sacrificio nos legaron los próceres del pasado.

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