miércoles, noviembre 20, 2024

¿El pueblo le tumbó el pulso al gobierno o Abinader es un presidente que escucha?

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El reciente anuncio del presidente Luis Abinader, retirando el polémico proyecto de Ley de Modernización Fiscal, plantea una pregunta esencial: ¿el gobierno cedió ante la presión del pueblo o estamos ante un presidente que sabe escuchar? 

En su mensaje a la nación, el mandatario se mostró firme en su postura de que la democracia debe ser un diálogo constante, un intercambio donde cada voz cuenta. Sin embargo, no podemos ignorar el impacto de la reacción popular, que fue determinante para que esta decisión ocurriera.

Es cierto que la propuesta de reforma fiscal fue presentada bajo la premisa de responsabilidad y la necesidad de cambios estructurales que el país no puede seguir postergando. No obstante, la falta de consenso y el rechazo generalizado pusieron al gobierno contra las cuerdas o, mejor dicho, contra la espada y la pared.

El pueblo expresó su desacuerdo en múltiples espacios, en los medios tradicionales, en las redes sociales, en las calles y desde sus casas con los “cacerolazos” que resonaron en múltiples sectores, dejando claro que la propuesta no rimaba con las necesidades y expectativas de la mayoría.

En su alocución, Abinader afirmó ser un presidente que escucha, alguien que está en sintonía con la realidad de su gente. Sin embargo, es inevitable preguntarse si el retiro del proyecto se debió más al temor de una crisis política y social que a una verdadera muestra de apertura, pues a lo largo de nuestra historia, hemos visto cómo el descontento popular puede obligar a los gobiernos a recular para evitar consecuencias más graves. 

En ese sentido, esta decisión se alinea con los momentos en que el pueblo ha sabido imponer su voluntad, elevando su descontento a una sola voz.

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Dicho esto, no se puede ignorar que la capacidad de un gobernante para escuchar y rectificar también es un signo de liderazgo. Abinader, al reconocer que el proyecto no contaba con el consenso necesario, demostró que no está dispuesto a gobernar de espaldas a la ciudadanía. 

En un contexto donde muchos líderes se aferran a sus decisiones, el hecho de corregir el rumbo puede verse como un gesto de humildad y responsabilidad.

¿Es, entonces, un triunfo del pueblo o la acción de un presidente que escucha? Quizás sea ambas cosas. La realidad es que la presión ciudadana jugó un papel crucial, pero también es cierto que el jefe de Estado y de Gobierno ha mostrado disposición a corregir y enmendar, un rasgo del que muchos gobiernos carecen, sobre todo si cuentan con mayoría  absoluta en el Congreso Nacional. 

Al final, lo más importante es que esta situación refleja el funcionamiento saludable de una democracia, donde el diálogo, la rectificación y la participación ciudadana pueden generar cambios positivos.

Sin embargo, este resultado deja un mensaje claro: cualquier reforma, por necesaria que sea, debe surgir de un amplio diálogo y el consenso, como base fundamental en una sociedad democrática.

No puede imponerse sin escuchar y dialogar con todos los sectores de la sociedad. La necesidad de una reforma fiscal es impostergable, pero su implementación debe hacerse con sensibilidad y en total sintonía con las aspiraciones del pueblo, que es el soberano.

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