Marcadas las 8:30 de la noche, la Sala Ravelo del Teatro Nacional, lucía llena en todo su esplendor, a la espera de la obra teatral de Santiago Loza, que se refresca con aires de dominicanidad, bajo la producción de la experimentada actriz Hony Estrella y Los Otros.
Se escuchaba una música de ambiente que se tornaba un poco temerosa, y de repente Judith Rodríguez sale al escenario vestida de blanco, dejando intrigados a todos los espectadores.
El escenario es corto, una mesita y un pequeño estanque de agua iluminado por un techo de focos.
La fuerte iluminación y la escasez del amueblado remiten a todo lo que hay de común entre una sala de hospital y una sala de convento.
El personaje que interpreta Judith se sienta y comienza a rezar. Luego de varios minutos tiende la mano a un caballero del público y continúa su oración, y de pronto, se apagan las luces. La obra iba a comenzar.
Continúan las plegarias. En la escena hay alguien de espaldas sentado en una silla de ruedas. Ese alguien se queja. Pide agua. “Usted no se puede estar acostumbrando a beber agua todo el tiempo”, manifiesta Judith. El actor Stuart Ortiz se presta como comodín para que esta relumbre con su destreza de actriz.
Es una mezcla de monja y evangélica al estilo dominicano, que necesita paz, por dentro está ardida y trata de buscar la sanidad.
La actriz se retuerce en el papel de La Mujer Puerca con una agilidad de circo. Sin lugar a duda, el personaje le queda demasiado bien.
Mientras va narrando la historia de su vida, desde su nacimiento, la ausencia de una madre, que murió al traerla al mundo- “ella y yo fuimos como dos descocidos cuando se cruzan en una acera”, dice- aparece su padre, y su tía, que le restriegan en la cara que es una niña puerca.
Cuenta su niñez, el abandono de su padre, describe los hijos de la tía, cada uno, los de la punta, el más grande, el más chiquito, y el del medio que era tan distinto, su nombre era Mariano, tenía inquietudes espirituales.
La entrega de Judith en la escena demuestra su gran talento. Mientras va desarrollando el monólogo, resaltan las diferentes facetas, que en conjunto con las luces y el sonido completan la obra puesta en escena. Diferente, melodramática y humorística.
Los movimientos y los gestos del cuerpo y de la cara salen a relucir como si el pecado habitara en la encrucijada de las articulaciones. La mujer vive implorando el milagro divino.
Tanto dolor, causa un derroche de emociones, el espectador no sabe si reír o llorar. Llegando el final se intensifica el drama y el dolor de esta mujer con naturaleza puerca que no alcanza la santidad.
La escena del cierre se energiza desgarrando la tristeza y desesperación de esta fémina con el cuerpo partido y repartido.
“El primero te mancha, pero el último te limpia”
Esta obra demuestra que aún la sociedad respalda la cultura y el arte.
Este domingo es la última función de esta obra, dirigida por el periodista Vicente Santo, en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.