En 2010 el fundador de Wikileaks, Julián Assange, dijo que «la primera víctima de la guerra es la verdad». De hecho, esta ha sido una constante desde que, en 1854, William Howard Russell se convirtiera en el primer periodista civil en informar sobre una guerra, la célebre carga de caballería en la batalla de Balaklava.
Desde entonces, los militares de todos los países han controlado de una manera o de otra a aquellos que se acercan al frente como profesionales de la información.
Siempre les han dicho lo mismo: «No digan nada hasta que la guerra no haya acabado, entonces cuénteles quién ha ganado».
Durante un duro tira y afloja, en el que los corresponsales lograron sus mayores éxitos informativos en Vietnam, ambas partes lograron mantenerse en pie.
No obstante, todo cambió con la guerra de las Malvinas: los escasos periodistas presentes solo pudieron informar tal y como el Ejército británico quiso que lo hicieran y, además, aceptaron sus condiciones.
Desde entonces se ha consolidado la estrategia de las mentiras, la manipulación, la propaganda, la confusión, las distorsiones, las omisiones, las interpretaciones sesgadas y la simpleza a la hora de informar.
En el férreo control de la información por parte de los Ejércitos, hay un antes y un después de Vietnam (1958-1975).
En esta guerra, Estados Unidos perdió la batalla de la comunicación. Aprendió la lección y ya nunca más ha dejado de poner el mayor interés en controlar y manipular a la opinión pública, tanto propia como ajena. Para empezar, intentando evitar por todos los medios tanto la libre circulación de periodistas como las bajas de sus propias fuerzas.
Los conflictos bélicos siempre han tenido un componente de propaganda. No obstante, en los últimos conflictos, el manejo de la información es un factor esencial.
Hoy más que nunca puede decirse que la realidad bélica no es lo que es sino lo que se percibe de ella.
En la doctrina del Pentágono posterior a Vietnam, el éxito de la guerra depende de la capacidad para controlar la opinión pública y la cobertura informativa, en la que se privilegia el objetivo de mostrar el acontecimiento inmediatamente para movilizar a la ciudadanía en favor de la solución bélica de los conflictos.
En este nuevo contexto de las relaciones entre el ciudadano y el gobierno, el objetivo prioritario de quienes ejercen el poder en los países occidentales es lo que el profesor Chomsky denomina la ‘producción del consentimiento’.
Se trata de lograr el apoyo de la opinión pública para participar en un conflicto ofreciéndole razonamientos simplistas y, a menudo, falsos, que ocultan los objetivos reales.
La pugna entre la prensa (de calidad) y el poder por revelar-ocultar la verdad sigue adelante.