Desde la semana pasada, editoriales de prestigiosos medios y artículos de opinión de renombrados escritores y periodistas han adornado las páginas impresas y digitales alertando sobre el peligro que representa el reciente mayor descubrimiento de la historia: las redes sociales.
Y digo reciente porque, al leer esos lamentos y golpes de pecho, pareciera que esos articulistas nunca se habían creado una cuenta en X, Facebook o Instagram. Tal parece que no conocían la difamación o la injuria a través de esas plataformas.
Quizás desconocían que, desde siempre, las redes sociales han sido un sancocho de odio, resentimiento y campañas sucias contra objetivos políticos, profesionales y hasta pasionales.
En las redes sociales, desde siempre se ha esparcido el veneno del “Lo queremos preso” y el “Duerman con ropa”, eslóganes claros de burla y venganza más que de justicia. Y lo peor de todo, a través de las plataformas digitales, se ha satanizado a un colectivo de forma individual, siempre y cuando este, claro está, no esté de mi lado.
Solo hay que recordar los señalamientos hasta el año 2020 de todo empleado público o asesor de quinta categoría (con sueldos de hasta 25,000 pesos) por el simple hecho de ser parte del gobierno pasado. La repetición de insultos feroces a todo aquel que oliera a oficialista era una práctica normalizada y hasta aplaudida.
¿Acaso nadie recuerda que era un deporte sacar nóminas de personas que trabajaban desde las 8:00 de la mañana hasta las 5:00 de la tarde y exponerlas en redes sociales para insinuar que eran botellas?
¿Cuál era el fin? Fácil: destruir la moral del empleado público y abrumarlo para que ni intentara defenderse de la manada de bestias salvajes. En ese entonces, no hubo editoriales ni artículos de opinión que condenaran tales prácticas.
¿Por qué ahora? Sencillo: el odio que sembraron está revelando su cosecha.