En el año 2015, en medio de la crisis que le sacudía, y que sería el punto de partida para su posterior división, el Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana se reunió para dilucidar el trance generado por el afán continuista de Danilo Medina.
Mediante la hegemonía política casi inherente a la condición de presidente de la República, Medina consiguió que la mayoría de esa instancia superior morada le aprobara la introducción de una modificación constitucional con el único propósito de remover el artículo que le impedía buscar una reelección consecutiva.
Como recordaremos, ese deseo del entonces presidente pasó sin mayores dificultades, en parte por el peso que se deriva de la condición de jefe del Estado, pero también porque los dos grupos predominantes en el PLD encontraron un punto de avenencia que hizo que la micro reforma constitucional fuera viable.
Uno de esos canales de convergencia fue la firma de un acuerdo de 15 puntos, el segundo de los cuales copio a la letra:
“Se acuerda respaldar e iniciar oportunamente a través de la representación legislativa del partido, una modificación de los artículos 270, 271 y 272 de la Constitución de la República, a los fines de fortalecer y hacer más calificados los porcentajes requeridos para la reforma de la misma a futuro”.
A ese punto de los 15 que contiene el acuerdo pactado—ninguno de los cuales cumplió Danilo Medina—, se le puso luego el nombre popular de “candados”, en el entendido de que, si estos instrumentos de seguridad estaban cerrados, era menor la posibilidad de una reforma constitucional a la medida de un ambicioso como el ex presidente.
Al momento de suscribir ese acuerdo, Danilo sabía a conciencia que no pensaba cumplir nada, pero ganaba tiempo y ponía el PLD tras de sí para alcanzar su reelección en 2016.
Y no cumplió, porque a pesar de haber firmado el acuerdo, y posteriormente empeñar su palabra en un discurso a la nación, en el sentido de que sería su última aspiración, poco tiempo después se armó el andamiaje para la otra reforma, la cual no se materializó porque la oposición—representada en esa lucha por Leonel Fernández y luego Luis Abinader—le montó un ambiente de sofocación callejera que no pudo romper ni siquiera con los blindados apostados frente al Congreso Nacional.
Luego de la experiencia nacida de las pretensiones de perpetuación que encarnó al anterior presidente, evitar caer en esas provocaciones contra la institucionalidad es una obligación que tienen los líderes, y eso solo se logra frenando toda tentación mediante la rigidez constitucional.
Y es que los aventureros generadores de conflictos, siempre existirán.