Los moscovitas disfrutan hoy el día feriado decretado por el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, el día del motín del Grupo Wagner con sentimientos encontrados sobre la rebelión de los mercenarios y un cuestionamiento de las élites militares rusas.
Un lunes soleado alienta a pasear por la ciudad, donde hoy se han levantado las medidas antiterroristas declaradas el sábado ante la amenaza de que los wagneritas llegaran a la capital rusa.
Pese a abortarse el sábado por la noche in extremis la rebelión armada contra la cúpula militar rusa por su falta de liderazgo en la guerra en Ucrania y los decenas de miles de soldados rusos caídos, según Wagner, Sobianin mantuvo este lunes como día no laborable.
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La mayoría de los negocios no obstante están abiertos. La afluencia en el metro es menor en las horas punta, pero varias empresas han mantenido el horario habitual, según ha comprobado EFE.
Los que sí han decidido no trabajar paseaban por el centro de Moscú, sus parques o simplemente hacían recados.
Frente al céntrico parque Gorki, dos jóvenes que prefieren guardar el anonimato comentaban a EFE que «desde el punto de vista de la ley, la rebelión es un delito».
«Pero tengo muchos cuestionamientos para el Ministerio de Defensa», señala uno de ellos, de 27 años.
Ambos jóvenes han seguido las declaraciones del jefe de Wagner, Yevgueni Prigozhin, a lo largo de la guerra y creen que «las cosas no marchan bien en el frente».
El ministro de Defensa ruso, Serguéi «Shoigú era hijo de un funcionario del Partido Comunista de la Unión Soviética, que lo aupó siempre. Nunca fue un militar y le regalaron el grado de general. No sabe nada de guerra», afirmó su amigo.
«La sociedad rusa está muy dividida, es como en Estados Unidos, entre los que apoyan a (el expresidente Donald) Trump y quienes están en su contra. No sabría decir quién tiene más apoyo, si Prigozhin o Shoigú», explica.
Estos dos jóvenes sí creen que los mercenarios no son enemigos del pueblo ruso la sublevación contra la cúpula militar rusa.
«Mire cómo despedían a los Wagner de Rostov en el Don. Así no se despide a un enemigo», afirma, en referencia a los aplausos y los gritos de «Wagner, Wagner» que se escuchaba al abandonar los mercenarios el sábado por la noche la ciudad que habían tomado.
Vídeos de medios rusos también mostraban a ciudadanos estrechando la mano de Prigozhin cuando éste partía en un vehículo de la ciudad, donde había instalado el mando rebelde en el Estado Mayor del Distrito Militar Sur de las Fuerzas Armadas de Rusia.
En el corazón de Moscú la Plaza Roja continuaba cerrada, las calles aledañas estaban bloqueadas con vallas metálicas y las arcas de entrada impedían el acceso a la más famosa plaza de la capital con sólidas rejas negras de hierro colado.
«Moscú esta presa», dijo un niño que trataba de avistar la catedral de San Basilio entre los barrotes.
Eso no impide a cientos de personas disfrutar del día estival, pasear por los jardines de Alejandro, junto a la muralla del Kremlin, y hacerse autorretratos junto a las fuentes que están al pie del Manezh, el principal pabellón de exposiciones de la capital rusa.
«En Moscú todo estuvo tranquilo el sábado. Esto no influyó para nada. Y ahora, también tranquilo», afirmó a EFE una muchacha que se encogía de hombros ante la pregunta de si tuvo miedo cuando supo que los Wagner avanzaban en dirección a la ciudad.
Los mercenarios se pararon a 200 kilómetros de la capital rusa y regresaron a sus bases tras alcanzar el Kremlin un acuerdo con Prigozhin a través del presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, que implica el exilio para el jefe de Wagner y la promesa de que no habrá persecución penal tampoco para sus combatientes.
Un hombre de unos 40 años que pasea junto a su esposa por el centro de Moscú, expresó su decepción con la élite militar rusa.
Cree que «hay que despedir a Shoigú, y no tanto por lo que diga o quiera Prigozhin, como por haber permitido que los Wagner casi llegaran» a la capital rusa.
En la plaza de la Revolución, a pocos metros de la Plaza Roja, la gente hacía cola frente a un carrusel y a nadie parecen importarles ni las fricciones entre Wagner y el Ministerio de Defensa rusa, ni la guerra en Ucrania.