Si algo ha dejado en evidencia la prolongada crisis haitiana es la deuda histórica que arrastra la República Dominicana con su propia frontera. Las provincias que custodian esa línea de más de 390 kilómetros no solo enfrentan las consecuencias directas del colapso del Estado haitiano, sino que han sido, por décadas, territorios olvidados en los grandes planos de desarrollo nacional.
La línea noroeste y suroeste -Montecristi, Dajabón, Elías Piña, Independencia, Pedernales- figuran entre las zonas de mayor pobreza, menor inversión y mayores desafíos sociales del país. Y aún así, son las que llevan el peso más directo en materia de migración irregular, seguridad, comercio informal y tensión constante.
No es posible construir una política migratoria firme sin, al mismo tiempo, impulsar una política real de desarrollo fronterizo, sostenible, multisectorial y con visión de Estado.
Ese desarrollo no puede limitarse a promesas, ni a proyectos dispersos o reactivos. Requiere planificación territorial, incentivos fiscales permanentes, infraestructura estratégica, acceso al crédito productivo, conectividad, formación técnica y presencia institucional a todos los niveles.
Hay que transformar la frontera en un muro de oportunidades y amor patriótico, no en un símbolo de precariedad.
El país ha dado pasos importantes, como el Plan de Desarrollo Fronterizo, las zonas francas, los polos turísticos como Pedernales y la construcción del muro físico. Pero el desafío es integrar todas esas acciones en una estrategia coordinada, con metas medibles, presupuestos garantizados y continuidad más allá de los cambios de gobierno.
La frontera necesita que se le mire no solo como zona de control, sino como territorio de desarrollo nacional, de identidad inquebrantable. Que se fortalezcan sus escuelas, sus hospitales, sus centros culturales. Que se incentiva el emprendimiento local, la agroindustria, la educación bilingüe y la inversión privada responsable.
Allí, donde empieza la República, también debe empezar la justicia social.
Y para que eso suceda, se requiere voluntad política, coordinación interinstitucional y presión cívica. La frontera no puede seguir siendo motivo de discursos en tiempos de tensión y olvido en tiempos de calma.
No hay desarrollo nacional sin frontera viva, segura y próspera.
Esa es la gran tarea pendiente del Estado dominicano.






