Aquí no cabe la frase “Un burro diciéndole a otro burro orejú”, porque la magnitud del robo del dictador Nicolás Maduro en las recientes elecciones venezolanas no tiene precedentes. Su régimen ha llevado a cabo uno de los fraudes electorales más descarados de los últimos tiempos, desmantelando cualquier vestigio de democracia en Venezuela.
A pesar de los esfuerzos internacionales por supervisar y exigir transparencia, las irregularidades fueron tan evidentes que no tienen ni el valor para presentar las actas de las votaciones, porque los números no le cuadran ni inventándolos.
Maduro ha llevado a su país al borde del colapso político, y utilizar este escenario para lanzar acusaciones infundadas contra el presidente Luis Abinader es un acto de cinismo extremo.
Llamar “ladrón” al mandatario dominicano es una muestra de mala fe que merece el rechazo de toda la comunidad internacional.
El pueblo venezolano vive hoy un panorama extremadamente grave: millones de ellos han huido del país en busca de un futuro mejor, y aquellos que se quedan enfrentan una economía colapsada, servicios públicos deteriorados y una represión política constante propia de un régimen dictatorial.
El fraude electoral de Maduro y todo su equipo de delincuentes es solo una parte de un panorama mucho más sombrío que ha erosionado por completo la confianza en el sistema democrático de ese país.
La «payasada» de usar acusaciones sin fundamento no solo es irresponsable, sino también peligrosa. Este tipo de retórica busca distraer al público de los verdaderos responsables de los crímenes políticos.
Es evidente que quienes lanzan estas acusaciones no tienen un interés real en la verdad. Más bien, la dictadura de Maduro está interesada en generar espectáculo y entretenimiento mediático, desvirtuando la gravedad de la situación venezolana. Es una estrategia de distracción que, en lugar de enfocarse en las fechorías electorales, prefieren desviar la atención hacia otros líderes que no tienen nada que ver con el colapso institucional de Venezuela. Se trata de una táctica para confundir a la opinión pública y evitar una condena clara de las acciones del régimen venezolano.