Moscú.- El presidente ruso, Vladímir Putin, forjó su bien ganada fama de tipo duro cuando se convirtió hace 25 años en el zar antiterrorista que acabaría aplastando la guerrilla islamista del Cáucaso, pero el brutal atentado reivindicado por el Estado Islámico le ha devuelto a sus orígenes justo cuando los enemigos no dejan de llamar a las puertas del Kremlin.
«Todos los autores, organizadores y los que encargaron este crimen recibirán un merecido e irremediable castigo, sean quienes sean e independientemente de quien los haya enviado», dijo Putin el sábado durante un mensaje a la nación.
Putin, cuya lucha sin cuartel contra los islamistas le aupó al Kremlin en 1999, mantiene que entonces evitó la segunda desintegración de Rusia, abiertamente fomentada por Occidente, que habría apoyado a la guerrilla separatista.
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El atentado perpetrado el viernes en una sala de conciertos a las afueras de Moscú le estropeó la fiesta de la reelección, ya que un día antes la comisión electoral confirmó su victoria en las presidenciales, lo que le dejó las manos libres para continuar la campaña militar en Ucrania.
Prehistoria
Dos días antes de que Putin asumiera el cargo de primer ministro en agosto de 1999 y cuando aún era director del Servicio Federal de Seguridad (FSB), un comando liderado por el guerrillero checheno, Shamil Basáyev, entró en la república de Daguestán.
Seguidamente, los rebeldes proclamaron un «estado islámico independiente» en Daguestán y declararon «la guerra santa a los infieles».
Putin lanzó primero una operación a gran escala en Daguestán y después dio inicio a la Segunda Guerra Chechena, que se prolongó durante una década (1999-2009).
Las explosiones de tres edificios de viviendas en septiembre de 1999, que se saldaron con la muerte de más de 300 personas, le granjeó el apoyo incondicional de los rusos en las elecciones presidenciales de marzo de 2000.
Con todo, ya entonces surgieron dudas sobre la implicación de la guerrilla, que negó su responsabilidad, y cundió la hipótesis de que se trataba de una operación de falsa bandera del FSB.
Vertical de poder
El sábado el jefe del Kremlin recuperó el lenguaje de cuartel que le gusta tanto a algunos rusos, aunque no llegó a repetir giros lingüísticos, conocidos como «putinismos», como el de que «los dejaremos fritos en el retrete».
Eso sí, las imágenes de los cuatro autores del atentado llegando al tribunal uno en camilla, otro sin una oreja y los otros dos llenos de moratones sí llevaron a los rusos de vuelta al pasado.
Las fuerzas de seguridad ya demostraron en los secuestros del teatro de Dubrovka (2002) y la escuela de Beslán (2004), donde fueron muy criticados por la muerte de numerosos rehenes en improvisadas operaciones de rescate, que no se andan por las ramas cuando tratan con terroristas.
Precisamente, Putin aprovechó el atentado de Beslán para forjar la actual vertical de poder, que acabó así con el incipiente autogobierno.
En concreto, eliminó las elecciones directas a gobernador, que son designados desde entonces por el presidente, que centralizó la toma de decisiones en el Kremlin y allanó el camino para el actual estado policial.
La pregunta que se hacen ahora los expertos es qué decisiones tomará Putin, teniendo en cuenta los graves problemas de seguridad que ya aquejan a este país con los continuos sabotajes y las incursiones fronterizas ucranianas.
En una confirmación de que todas las versiones están sobre la mesa, incluido la mano negra ucraniana, es que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, negó hoy que haya una «hipótesis definida» cuando un periodista le preguntó por qué ni Putin ni nadie han aludido a la reivindicación del Estado Islámico.
El Estado policial al desnudo
El Kremlin tampoco quiere ni oír hablar de cualquier crítica a las fuerzas de seguridad por su falta de previsión tras el aviso hace dos semanas que recibieron de los servicios de inteligencia occidentales.
«Tuvieron dos semanas para prevenir el atentado ¿Dónde estaban las fuerzas especiales a las que avisó Estados Unidos?», se preguntan los analistas.
El Crocus City Hall es uno de los lugares de ocio más populares de Moscú, pero las medidas de seguridad no se correspondieron con la amenaza que atraviesa un país en guerra con su vecino.
Los expertos en el exilio consideran que el primer responsable es el propio Putin, que ignoró las advertencias occidentales y descuidó la seguridad interior.
«Claramente fue un fallo de los servicios de inteligencia que esto ocurriera en un lugar tan conocido, justo en la carretera de circunvalación de Moscú», comentó Alexander Vershbow, embajador estadounidense en Rusia (2001-2005).
Y es que las fuerzas de seguridad rusas están demasiado preocupadas en detener a opositores, disidentes, pacifistas y representantes de minoría sexuales, señalan los detractores del Kremlin.