Cada cierto tiempo aparecen personajes que se venden al pueblo como héroes y patriotas, con discursos altisonantes y mensajes simplistas pero convincentes, que dividen a los ciudadanos entre buenos y malos.
Ayer fueron los cabecillas de Marcha Verde y de la Plaza de la Bandera; hoy es una camada de personas antipartidos que, desde lejos, son esclavos de ideologías foráneas.
Los de ayer eran «izquierdistas» que resultaron ser mancos, pues el machete de la nómina estatal les cercenó su coherencia y moral.
Los de hoy son aventureros que, seducidos por experimentos de otros países, predican contra sí mismos al denunciar el financiamiento de la democracia.
Al parecer, ignoran que un país sin partidos es simplemente una tiranía.