En medio de la angustia y la parálisis institucional, emergió un hombre común, sin uniforme ni rango, que se convirtió en el verdadero protagonista de un rescate que nunca debió depender únicamente de la voluntad ciudadana en el sector La Jomaca de Lavapiés.
Nadie creyó en Joel cuando dijo que la niña aún podía estar viva. Lo tildaron de borracho y loco. Pero algo -más fuerte que la lógica y más certero que los cálculos técnicos- le habló desde el corazón. Contra todo pronóstico, contra la resignación colectiva, ese hombre esperó a que las autoridades se retiraran y, cuando la última unidad oficial se alejó, se adentró sin pensarlo en las oscuras alcantarillas de Lavapiés. Allí, donde todo parecía perdido, comenzó una búsqueda solitaria motivada por una fe que muchos ya habían enterrado.
Mientras los organismos de emergencia suspendían las labores de rescate hasta el día siguiente, Joel actuó apoderado de una solidaridad increíble. Y su determinación devolvió la esperanza a una comunidad sumida en la frustración, que lo vio partir con temor y lo recibió con algarabía cuando emergió con la niña con vida, ayudado por otros comunitarios casi al filo de la medianoche.
Este acto no solo conmueve, pues en él se encarna la valentía auténtica de un ciudadano común, que actúa sin esperar órdenes ni reconocimiento, guiado por un sentido humano de urgencia y responsabilidad.
El nombre de este hombre —que aún algunos medios y autoridades no se han molestado en consignar— debería estar ya grabado en la memoria colectiva. Las autoridades tienen la obligación moral de reconocerlo, no para colgarse del acto heroico, sino para admitir que cuando ellas fallaron, él no lo hizo y que hay ciudadanos ejemplares en cada comunidad.
El gesto de otorgarle un reconocimiento público, incluso oficial, no es una concesión, sino justicia. Sería, paradójicamente, una de las mejores formas que tienen las instituciones de enmendar su falta: reconocer que no lograron el rescate, pero que alguien sí lo hizo. Y que gracias a Joel hoy una familia no está llorando a su hija.
No se trata de culpar por culpar, sino de aprender y corregir. Las emergencias no se pausan, y las vidas no esperan el horario de oficina.