Redacción.- Eurovisión, el certamen de la canción más longevo y emblemático del mundo, guarda en su origen una historia inesperada. Lejos del espectáculo que millones de personas siguen cada año, el Festival de la Canción de Eurovisión nació en 1956 como un modesto experimento televisivo en una Europa aún marcada por las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.
En la década de 1950, mientras el continente se reconstruía física y emocionalmente tras el conflicto, la recién fundada Unión Europea de Radiodifusión (UER) buscaba formas de unir a los países a través de la tecnología de la televisión. El objetivo no era solo entretener, sino también sanar. A su vez, fomentar la paz, la unidad y el intercambio cultural entre naciones aún divididas por heridas recientes.
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Fue en 1954 cuando surgió la primera propuesta de una retransmisión transnacional en vivo. Inicialmente, el plan era realizar un programa de variedades, con actuaciones típicas de la televisión de la época, como números circenses y acrobacias. Sin embargo, una propuesta italiana transformó el proyecto, inspirados por el Festival de San Remo, sugirieron organizar un concurso de canciones.
La idea fue acogida con entusiasmo. En 1955, durante una reunión en Mónaco presidida por Marcel Bezençon, entonces Director General de la televisión suiza, se aprobó oficialmente el formato del certamen. Un año después, el 24 de mayo de 1956, nacía Eurovisión con una gala celebrada en la ciudad suiza de Lugano, con la participación de solo siete países: Suiza, Italia, Alemania, Francia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo.
Los intérpretes, seleccionados por los servicios de radiodifusión de cada nación, cantaron en vivo dos canciones ante un jurado internacional. No había televoto ni grandes puestas en escena, solo voz, orquesta y una señal televisiva que cruzaba fronteras. Las reglas eran simples, canciones de máximo tres minutos y medio, orquesta en directo y opción de llevar un director musical propio.
Curiosamente, el nombre que hoy identifica al evento no fue idea original del comité organizador. Según recoge Eurovisión Spain, fue un periodista británico quien, casi sin querer, lo bautizó como ‘Eurovision Song Contest’. La UER terminaría adoptando el nombre oficial en francés: ‘Grand Prix Eurovision de la Chanson’, que evocaba el espíritu internacional de la competencia.
Aquel experimento técnico y cultural se convirtió en una tradición anual que fue creciendo con los años, tanto en número de participantes como en innovación artística. El certamen se abrió a la participación de grupos y coros, y con el tiempo incorporó el televoto, espectaculares montajes escénicos y un sinfín de elementos que lo catapultaron al estatus de fenómeno global.
Desde la década de 2000, han comenzado a participar naciones fuera de Europa, como Australia, que debutó en 2015, y varias repúblicas exsoviéticas. A día de hoy, el festival sigue siendo un evento que no solo celebra la música, sino que también simboliza la diversidad cultural y la unidad a través de las fronteras.