Los perremeístas, sobre todo los de la base, deben sentirse más aplastados que nunca por las botas de sus dirigentes, tras el impactante «jonrón» que ha supuesto el Decreto 103-25, que nombra a varios funcionarios, entre ellos tres exmiembros del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y uno de la Fuerza del Pueblo (FP).
Este inesperado batazo ha causado una gran sorpresa y desazón en los oficialistas, quienes han sido desplazados a un rincón apartado de la memoria política, olvidados por sus propios dirigentes. Dirigentes que, durante los 16 años consecutivos de gobierno del PLD, se mantuvieron en silencio, tragando en seco y soportando la constante humillación de estar relegados a un segundo plano. Pero ahora deben enfrentarse a una cruda realidad: su partido solo los considera útiles como peldaños para avanzar, como bases para ser pisoteadas.
Con rostros curtidos por la desilusión y ojeras que se extienden hasta la nuca debido a la falta de reconocimiento durante estos cinco años de gobierno, la humillación que ha sufrido la base del PRM parece haber alcanzado niveles casi sádicos. Las principales autoridades del partido, en lugar de reconocer los méritos y capacidades internas, han recurrido a una justificación vacía: aseguran que la elección de los nuevos funcionarios se basa en la capacidad de los individuos, como si en el PRM no existieran personas suficientemente preparadas para ocupar esos cargos. Como si no hubiera en sus filas un sinfín de individuos competentes que pudieran haber sido considerados para estos nombramientos.
Sin embargo, lo que realmente subyace en este comportamiento es un mensaje claro y directo: «Traiciona a tu partido, cambia de bando, ven al PRM y serás recompensado, incluso por encima de quienes han trabajado durante años en las bases». Este es el tipo de recompensa que se está ofreciendo a aquellos que se decantan por el pragmatismo político, sin importarles los principios ni la lealtad, lo que erosiona aún más la confianza de las bases en su propio partido.
Es una clara señal de que el poder dentro del PRM no solo se valora por la lealtad o la preparación, sino también por la capacidad de plegarse a las conveniencias del momento. Y las bases, como siempre, deben tragarse su impotencia, mientras que los «tránsfugas» son premiados con una rapidez que deja mucho que desear en cuanto a ética política se refiere.