San Salvador.- El 24 de marzo de 1980, un disparo cambió para siempre la historia de El Salvador y, sin saberlo, encendió una llama que aún hoy, 45 años después, sigue iluminando a quienes luchan por la justicia social y la dignidad humana. Ese día, a las 4:30 de la tarde, mientras oficiaba misa en la pequeña capilla del Hospital de la Divina Providencia, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero fue asesinado por un francotirador. La bala le atravesó el corazón, pero no logró callar su mensaje.
Hoy, a más de cuatro décadas de su martirio, el país lo recuerda no sólo como el “Santo de América”, sino como un símbolo universal de resistencia pacífica frente a la violencia del poder. ¿Qué significa Romero para los salvadoreños del presente? ¿Qué vigencia tiene su mensaje en una región que aún enfrenta desigualdades, represión y migración forzada?
Una voz que incomodó al poder
Cuando fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977, muchos pensaron que Monseñor Romero sería una figura conciliadora, moderada y alineada con los sectores tradicionales. Sin embargo, pronto quedó claro que la realidad del país lo transformaría profundamente.
La violencia contra los pobres, la represión sistemática contra líderes campesinos y catequistas, y las desapariciones forzadas marcaron su conversión pastoral. Romero comenzó a usar su púlpito —y su micrófono de Radio YSAX— para denunciar con nombre y apellido los abusos del régimen. Su voz se convirtió en la única esperanza para un pueblo silenciado.
“La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres. Así, la Iglesia encuentra su salvación”, decía. Esa frase, repetida hasta el cansancio, fue también su sentencia de muerte.
El día que el cielo se oscureció
Aquel lunes 24 de marzo, Romero alzaba el cáliz cuando sonó el disparo. Fue una ejecución calculada. Quienes lo amaban lloraron en silencio. Quienes lo temían, celebraron con cinismo. Pero nadie quedó indiferente.
Su entierro, días después, fue una manifestación sin precedentes: más de 250 mil personas llenaron las calles de San Salvador. Pero también fue escenario de una masacre. Francotiradores dispararon contra la multitud. La sangre volvió a correr, esta vez entre los que lo lloraban.
Romero en disputa: entre el altar y la plaza
Durante años, la figura de Romero fue negada y silenciada por la propia jerarquía eclesial salvadoreña, mientras sectores de izquierda lo abrazaban como bandera de lucha. Su imagen apareció en murales, grafitis, canciones, marchas y panfletos. Romero se volvió del pueblo.
Fue hasta la llegada del Papa Francisco —el primer pontífice latinoamericano— que la Iglesia institucional comenzó a reivindicar oficialmente su legado. La beatificación en 2015 y su canonización en 2018 marcaron un giro histórico: Monseñor Romero ya no era solo del pueblo, sino también del altar.
Un legado que sigue latiendo
A 45 años de su muerte, ¿cómo late Romero en la El Salvador de hoy? El país sigue enfrentando profundas desigualdades, violencia estructural, migración masiva y desafíos democráticos. Pero también sigue habiendo comunidades que, inspiradas en su ejemplo, trabajan por una sociedad más justa.
En las escuelas, los niños aprenden su historia. En las calles, su rostro aparece en murales descoloridos que aún se niegan a desaparecer. Y en la memoria colectiva, Romero vive como un mártir que eligió ponerse del lado del pueblo, incluso a costa de su vida.
“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, dijo alguna vez. Y tenía razón.